No me gusta la inmortalidad, porque significa ser quien somos toda la vida, aferrados al yugo de lo cotidiano, sujetos a las mismas normas legales, morales, estéticas…
Sería lindo, no se me ocurre otro adjetivo, morir y despertar tres días después. Los familiares del difunto, con el debido honor y el moderado dolor, y el luto, el compromiso o la honradez, se quedarían estupefactos y confundidos si vieran entrar en el restaurante al recién enterrado, todos juntos otra vez.
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