A mucha gente del séquito catalán no le ha gustado que Estopa reciba la Cruz de Sant Jordi, una medallita algo inocua que la Generalitat pone en la solapa de aquellas personas que “hayan prestado servicios destacados en Catalunya en la defensa de su identidad o, más generalmente, en el plano cívico y cultural”. Las redes se han quedado a gusto con la hazaña: dicen que los hermanos Muñoz ni de cachondeo han hecho algo por la cultura catalana y mucho menos por su identidad, porque nunca hablan en nuestra lengua –cantar aún menos– ni se han esforzado en reivindicarla, y que esto les hace no ser merecedores de tal aplauso. Vale que los de Cornellà no han entonado demasiado el catalán a pesar de haber nacido aquí y saber hablarlo, pero afirmar que no han hecho nada por este país es igual de falaz que decir que la obra de Mercè Rodoreda es importante únicamente para en nuestra literatura para escribirla en catalán a pesar de haber sido traducida a 40 idiomas distintos.

Creo que el problema es que todo se fotografía con las mismas gafas, aunque pertenezca a realidades distintas, y cuando se analizan realidades diferentes con las mismas lentes, por lógica está predestinado a perder la razón que cree tener. Se le ha dado a la cuestión de Estopa y la medalla un trasfondo político y de confrontación ideológica absurda, que es equiparar la lucha por la independencia de Catalunya o el amor incondicional a esta patria con la crítica -por defecto y con manía, con asco — a cualquier imaginario que salga un poco de la iconografía clásica del supuesto buen catalán. Dicho de otro modo: que sólo se puede querer al país en serio si se repudia todo aquello que no parezca genuinamente catalán. Y parece que los Muñoz no encajan dentro del prototipo.

¿Acaso no representan David y José una parte de los catalanes, o quizás es que algunos catalanes de bien se avergüenzan de tener entre sus filas a los albañiles, campesinos y artesanos que se ensucian las manos para regar sus huertos?

Es innegable que Estopa canta en castellano, al igual que lo es que siempre ha exportado la marca Cornellà y su impronta obrera allá donde ha pasado y nunca ha renegado de sus orígenes (catalanes). Que cuando hablan del encargado que explota a sus empleados en Pastillas de freno, su referente está en el Polígono Industrial de Cornellà de Llobregat y no en el de Dos Hermanas; y que la decadencia y el exilio en el lavabo de sus canciones también nace de esas calles, de la periferia olvidada que tantos ha visto morir. ¿Dónde queda esto? ¿Acaso no vale hablar de las tripas de este país si no es en catalán? ¿Acaso no tiene coraje hacerlo a pesar de las tensiones con el resto de España, donde el grupo de rumba urbana tiene a miles de seguidores? Y, la gran pregunta: es que no representan a David y José una parte de los catalanes, o quizás es que algunos catalanes de bien se avergüenzan de tener entre sus filas a los albañiles, campesinos y artesanos que se ensucian las manos para regar a los sus huertos? Lo siento, pero los Muñoz son catalanes, mal a pesar de muchos, aunque su manera de serlo se aleje de lo políticamente correcto y se quiera adoctrinar que la cultura que siembran es menos pura, menos digna. Al menos con esta maldita cruz se cierran unas pocas bocas.

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Y aquí es donde quiero llegar cuando digo que se pone el foco en el escenario equivocado y que hacerlo es un gran error, porque José y David no son el enemigo: ni han espiado a líderes nacionalistas, ni enviaron a los piolinos a moler a golpes en el pueblo el 1 de octubre del 2017, ni niegan sistemáticamente que las escuelas continúen con el modelo de inmersión lingüística –un modelo, por cierto, que a ellos les ha permitido aprender el idioma que no practicaban en casa —. Es más, ya en el 2010 los Muñoz reivindicaron en el programa El convidat de TV3 que, aunque ellos votarían que no, estarían a favor de un referéndum por la autodeterminación de Catalunya.

Quiero creer que habla más el miedo a perder el catalán que a la superioridad moral de excluir para defender

Los Estopa no parecen ser de este tipo precavidos y calculadores, básicamente parece que todo les es algo igual, las convenciones sociales, el puritanismo y el decoro; que son naturales y fieles a sus principios, que si te gusta bien y, si no, también. Por eso, en el mismo programa, David dijo cosas como que “entiendo que si alguien me habla en catalán es de buena educación contestarle igual” o que “cuando nos preguntan por qué no hacemos canciones en catalán es porqué, para hacerlo las, se necesita espontaneidad y no perder nada por el camino, y si piensas una idea y debes traducirla, ya pierdes”. Mientras José asentía, también explicó que fuera de Catalunya, cuando les preguntaban por el tema de la lengua –en el 2010, cuidado–, siempre negaban que el castellano estuviera perseguido en el país o en la televisión pública. “Llevo 10 años en TV3 hablando en castellano y nunca nadie me ha dicho nada”: y ojalá más embajadores de la lógica como ellos por las Españas. Y para los inconformistas: todo se lo explicó a Albert Om en catalán.

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Quiero entender a todos los que estos días se han quejado porque quiero creer que habla más el miedo a perder la lengua catalana que la superioridad moral de excluir para defender. Las cargas contra Estopa me han dolido, porque de verdad creo que son dos tipos con los que se pueden –podemos– identificar a muchos catalanes de muchas maneras diferentes. Cada vez me cuesta más entender –y defender– las ideas que reivindican la cultura catalana de pura cepa, como si fuera cuestión de tener la sangre limpia y no de querer un lugar donde nos gestionamos nuestros propios impuestos, escogemos nuestro idioma oficial y podamos decidir en qué invertir el dinero que ganamos. Yo quiero pertenecer a un país que ha logrado sus anhelos de libertad sumando y no pisando y que, habiendo levantado sus estructuras, abarque las diferencias y los haga vacío. En un sitio que discrimine cualquier expresión que salga de un patrón mental único y sectario, aquí no me encontrarán.