Escribo este texto desde Serbia, a punto de irme a casa. He pasado unos días en Belgrado, y entre los frutos del viaje está una compra importante: un libro llamado El serbio paso a paso [Serbian korak po korak]. Te podría decir que me lo han escrito mi neurólogo y mi psiquiatra, ambos con su letra médica irreconocible, tan irreconocible como una frase en serbio, sin ir más lejos. Curiosamente, no saben que me han recomendado aprender serbio, pero si lo supieran, estarían muy de acuerdo con su propio consejo. Aprender serbio, o cualquier idioma complicado para un hispanohablante como yo, entrena las neuronas (si es que aún le quedan), y lo que es casi más valioso, actúa como un baño de humildad a la hora de intentar plasmar los conocimientos que se van adquiriendo entre la lengua materna de la lengua.

Si sobraran fondos de la UE -yo mismo me río de esta frase- pediría que se usaran para un programa de becas de movilidad donde cada ciudadano experimente vivir durante una semana en un país con un idioma desconocido como. esto, pero sin recurrir al inglés. Es similar a participar en Supervivientes, pero en una versión más pequeña de la jungla.

Tu cabeza parpadea cuando intentas leer cirílico, que es el alfabeto serbio oficial: lo que parece una P no es una P, sino una R, y la H es en realidad una N en nuestro alfabeto. Muchas vallas publicitarias y anuncios están escritos con caracteres latinos, pero con sus peculiaridades locales, por ejemplo esa C con acento circunflejo invertido sobre ella, como si una gaviota se hubiera sentado sobre ella, resulta pronunciarse como una ‘ch’.

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Los veo venir: me dirán por qué estoy aprendiendo ese idioma, por qué me complico más la vida. Pues tener una vejez mejor, con mente musculosa, y volver a ser criaturas vulnerables en un medio desconocido: tantos mecanismos se ponen en marcha en el momento que uno se siente como la sala de máquinas de un submarino.

«Mira lo increíble que es el vocabulario serbio, parece inventado, a pesar de que todos los idiomas en realidad son o alguna vez fueron una invención»

Hoy, que es mi último día aquí, he pedido dos pitas de hojaldre para el viaje. Uno de champiñones y otro de queso con algo que pueden ser espinacas o acelgas. Tuve que estudiar para hacer eso, o sea, pude haberle dicho queso o champiñones a la señora que los hace, o pude haberle señalado lo que quería, pero he estudiado la declinación que correspondía a «con queso» (dicho sirom) y el que usan para decir «de hongos» (od pečuraka).

Aún así, creo que las dije mal, porque también el número uno – jedan – y la palabra pita están en acusativo, y las he usado en nominativo: debería haber dicho jednu pita y no jedan pita, porque serbio, como tú puede ver, tiene declinaciones. ¿O es el jednu pitu correcto? Ahora dudo que la palabra pita también deba cambiar la terminación.

Para los que aún no habéis dejado de leer esta tosca columna (otros, os perdono), intentaré transmitiros la alegría de realizar estas proezas lingüísticas. Y lo voy a hacer con el lugar más habitual que se me ocurre: compararlos con el rendimiento que consiguen los bebés cuando empiezan a andar, a hablar o a meter el triángulo de juego en el hueco que le corresponde, tras intentarlo en vano. en el agujero rectangular.

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Practicar las declinaciones activa nuestra mente de una forma a la que no estamos acostumbrados. Para los de mi generación, X (¡la mejor de todas!) nos recuerda a los exámenes de latín, rosa-rosae, que en su momento no apreciamos, porque lo que queríamos era saber inglés para finalmente convertirnos en personas modernas como Canciones coreanas de grupos anglosajones.

Fíjate qué asombroso es el vocabulario serbio, parece inventado, a pesar de que todos los idiomas en realidad son o alguna vez fueron una invención. Número se dice broj; krv es sangre, jesti come; esto es boca ¿No es asombroso que unos cuantos millones de personas usen estas palabras todos los días, que krv sea una vocal tan pequeña, que borj sea tan conciso? Intentar aprender un idioma tan ajeno a nuestra lengua materna es tan saludable como caminar por paisajes agrestes que en un principio nos parecen amenazantes, pero donde descubrimos flora, fauna y minerales que nos dejan sin palabras.

Y gracias, dices ballena, que suena como un cruce entre «juala» y «koala». A partir de aquí doy la ballena como corresponde al milagro del lenguaje y el aprendizaje. Es una de las pocas cosas que todavía me gustan de ser humano.

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