Napoleón: ¿genio o tirano? Las controversias en torno al emperador

Napoleón: ¿genio o tirano? Las controversias en torno al emperador

El 5 de mayo de 1821 falleció Napoleón Bonaparte a la edad de 51 años, en Santa Elena. Doscientos años después de su muerte, el emperador sigue dando de qué hablar. ¿Genio visionario o verdadero tirano? France 24 propone una retrospectiva sobre las diferentes controversias en torno a su personalidad.

“Ese hombre, del que admiro el genio y aborrezco el despotismo”, resumió François-René de Chateaubriand. Desde hace dos siglos, Napoleón Bonaparte no ha dejado de ser objeto de controversias. Adorado o criticado, es considerado unas veces como “El Águila”, brillante estratega, y otras como “El Ogro” guerrero, misógino y restablecedor de la esclavitud.

El bicentenario de su muerte es la ocasión para reavivar una vez más las polémicas en torno a esta figura de la Historia de Francia. Si bien algunos consideran que esta fecha ni siquiera debería conmemorarse, el historiador Charles-Éloi Vial, autor de varias obras sobre el tema, entre las cuales ‘Napoléon – La certitude et l’ambition’ (‘Napoleón – La certeza y la ambición’), hace una retrospectiva para France 24 sobre las sombras que cubren “al Pequeño Cabo”.

France 24: Ascendido a general a sus 24 años, luego a general en jefe del ejército del Interior a los 26, Napoleón tuvo un ascenso fulgurante. Hombre clave del golpe de Estado del 18 de brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799), triunfa al apoderarse del Consulado antes de tomar el poder como Primer cónsul “de por vida”, coronándose después a sí mismo como Emperador de los franceses el 2 de diciembre de 1804. Napoleón tomó el control de Francia e instauró un Estado policial. ¿Lo calificaría usted como un visionario o como un tirano?

Charles-Éloi Vial: El término tirano puede ser un poco fuerte, el de visionario también: en historia hay que saber adoptar puntos de vista matizados y admitir que Napoleón no era negro o blanco: su gobierno tuvo aspectos muy buenos, en particular en el plano de la administración, pero dirigió Francia de manera muy autoritaria, privilegiando la igualdad por encima de la libertad, lo cual por supuesto puede impresionarnos. Más que un tirano o un visionario, era sencillamente un hombre, con sus cualidades y sus defectos.

¿De todas maneras sería posible señalar que su ambición era desmedida?

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Naturalmente, es posible reprochárselo. Su ambición lo lleva muy alto y le permite convertirse en emperador a los 35 años. Pero esa misma ambición también lo lleva a lanzarse a la guerra excesiva contra Rusia en 1812, a volver a ir a la guerra en 1813 y 1814, a negarse de manera obstinada a firmar la paz y a intentar un último regreso en 1815, que resulta en la derrota de Waterloo. Su ambición lo extravía. Arrastra al “Gran Imperio” en su caída, pero enseguida se muestra capaz de trascenderla en Santa Elena, sentando las bases de su leyenda.

Al comienzo de su reinado todo le sale bien, en particular en los campos de batalla, como en Austerlitz, un año después, el mismo día de su coronación. Embriagado, Napoleón no descansa. Después de su regreso al poder en 1815, los ejércitos napoleónicos ya no dan la talla y son derrotados en Waterloo. ¿Le gustaba demasiado la guerra?

El mismo Napoleón decía que amaba la guerra como artista. Se sentía cómodo en los campos de batalla porque podía desplegar sus talentos militares que eran extraordinarios, algo que todo el mundo, hasta sus enemigos, reconocían de buena voluntad. La mayor parte de las guerras de esa época son defensivas, hasta 1808, momento en el que se deja llevar por su ambición. En España, sobre todo en Rusia, demuestra que hace la guerra ante todo por amor a la gloria. Los retos son cada vez mayores, el número de muertos aumenta y las batallas son cada vez más sangrientas. Siendo así, se estima que alrededor de un millón de soldados franceses murieron durante las guerras de la Revolución y del Imperio, una cifra que ciertamente es muy alta, pero es menor que la de los conflictos contemporáneos.

Otros hablan sobre su falta de sensibilidad ante el dolor humano. ¿Cómo era eso realmente?

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Los testimonios sobre este tema están divididos. Algunos lo describen como un ser insensible, otros como alguien muy atento a las enfermedades, al sufrimiento de sus parientes, recomendando él mismo remedios para sus hermanos o para su esposa en sus cartas. Simplemente no tiene la misma actitud cuando está en sus funciones de jefe de guerra que cuando está en su papel de hombre privado. Su decisión de hacerle la eutanasia a los enfermos en Jaffa, durante la expedición de Egipto, dio mucho de qué hablar. Ahora bien, incluso forzándose a ser insensible se conmueve, como ocurrió después de la batalla de Eylau, particularmente sangrienta, donde lo afectó el espectáculo de la sangre sobre la nieve.

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Napoleón perfecciona el Estado moderno, centralizado, y promulga en 1804 el Código civil. Pero este último impone el modelo patriarcal y afirma la incapacidad jurídica de la mujer casada. Después de haberse casado con Joséphine de Beauharnais, la repudia porque ella no le da un heredero. Hoy en día, Napoleón es tachado de misoginia. ¿Es un término apropiado?

Napoleón no escapa a los prejuicios de su tiempo. Parece haberle dado poca importancia a la condición femenina, pero seguía razonando como un hombre del siglo XVIII y, ciertamente, no como uno del siglo XXI. Sin embargo, es posible señalar que el Código civil, por imperfecto que fuera, le reconoce una existencia legal a la mujer, y que hay una diferencia entre el derecho tal como es enunciado y la realidad de la sociedad, algo que no se percibe necesariamente hoy en día: por ejemplo, las investigaciones de archivo más recientes regresan sobre el papel de las mujeres que dirigían solas explotaciones agrícolas o empresas.

También se olvida que Napoleón tenía en alta estima a muchas mujeres. Aunque utilizaba prejuicios para desacreditar a sus enemigos políticos como Germaine de Staël, recibió consejos de algunas mujeres, en particular de Joséphine. Fue sin duda el primer soberano en confiarle una misión diplomática a una mujer, la condesa de Brignole, en 1813; nombra a su hermana Elisa al mando del gran ducado de Toscana y, finalmente, le confía la regencia del Imperio a su esposa Marie-Louise, quien gobierna por él durante un año y medio, firma los decretos, ordena el reclutamiento de los soldados y valida las condenas de muerte en su lugar.

En 1802, Bonaparte, convertido en Primer cónsul, decide mantener la esclavitud “conforme a las leyes y reglamentos antes de 1789”, primera acción para restablecerla, si bien había sido abolida por la Convención en 1794. Dos siglos después, hoy en día es la principal crítica que surge en su contra. ¿Está justificada?

Ante la esclavitud, la actitud de Napoleón es ambivalente: libera cientos de esclavos en Malta en 1789, luego recluta a la fuerza esclavos para el ejército de Egipto unas semanas después. Por años, uno de sus servidores más fieles es un antiguo esclavo, el mameluco Rustam Raza, llamado Rustan. Desde el punto de vista moral, el restablecimiento de la esclavitud es, por supuesto, un error atroz y una mancha en el historial del Consulado, que sin duda impresionó en esa época y que nos sigue impresionando todavía hoy, con muy justa causa. Bonaparte quiso actuar demasiado rápido, sin reflexionar, buscando el beneficio y la estabilidad a corto plazo, algo que de hecho es bastante sintomático de su práctica del poder, donde las grandes ideas a menudo son puestas en riesgo por puro pragmatismo. Sin duda, terminó por arrepentirse de esa decisión y entendió que la posteridad se lo reprocharía. Ordenó la abolición del comercio de esclavos durante su breve regreso al poder en 1815, y en Santa Elena tratará de liberar algunos esclavos de la isla con los que tuvo la oportunidad de hablar.

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Dicho esto, es muy bueno que se aborde la cuestión de la esclavitud, los historiadores han hablado al respecto desde hace décadas sin interesar al gran público, y la atención que se la ha dado últimamente a este tema demuestra que la manera de considerar a Napoleón está evolucionando. Ya no es un mito un poco fosilizado por su leyenda. Años de publicaciones críticas, que tratan de poner su régimen en perspectiva y de escapar al prisma de la gloria, terminaron por dar resultados. El gran público se está alejando de esa visión heredada de la III República de un Napoleón invencible e infalible, y ahora se entiende mejor que su historial puede ser cuestionado y reevaluado, con muy justa causa.

Doscientos años después de su muerte, ¿qué piensa sobre las polémicas? ¿Se debe o no conmemorar este bicentenario?

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La cuestión es saber a quién y qué conmemorar en el 2021: para mí, se trata sobre todo de acordarse que hace doscientos años, con la muerte de Napoleón llegó a su fin una secuencia extraordinaria, trágica, agitada y compleja de nuestra Historia, que inicia en 1789 y concluye con Waterloo. La desaparición del emperador es el fin de una época que él encarnaba, lo queramos o no, y que marcó a millones de franceses que vivieron bajo su régimen, y es tal vez de ellos de quienes también sería necesario acordarse, sean civiles o militares.

También es una oportunidad para que los historiadores presenten el fruto de más de cincuenta años de investigaciones, desde el comienzo de las conmemoraciones con el bicentenario del nacimiento de Napoleón en 1969, donde se pasó -como lo decía- de una visión terriblemente estática del emperador como un genio omnisciente e invencible, a la de un personaje mucho más matizado. En el 2021 se conoce mucho mejor el Primer Imperio que hace unas décadas, y el conocimiento sobre el periodo aumenta sin cesar pues todavía quedan muchísimos archivos por examinar. De esta manera, el tema de la esclavitud ha sido objeto de múltiples publicaciones, se han dedicado trabajos a la homosexualidad bajo el Imperio, la condición de las mujeres también ha sido estudiada y, de manera más general, el funcionamiento de la sociedad y los engranajes de la administración son menos nebulosos que antes.

Es muy paradójico pensar que Napoleón es el personaje más estudiado del mundo pero que todavía queda mucho por descubrir. El bombo mediático alrededor del bicentenario es entonces una excelente ocasión para dar a conocer a gran escala las investigaciones universitarias más recientes y, justamente, si hay polémicas tal vez sea también porque la visión que el gran público puede tener sobre Napoleón ahora está menos sujeta a la leyenda y está más influenciada por la crítica histórica.

 

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